Maestra de maestros, escritora y pedagoga, Josefina Aldecoa siempre defendió otra manera de enseñar. Criada en los valores de la Institución Libre de Enseñanza de Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y Teodoro Sainz Rueda, entre otros, siempre defendió una educación basada en la libertad y el respeto al alumno. Plasmó estos preceptos en la creación del Colegio Estilo (1959) en Madrid. Fue todo un atrevimiento en la España franquista y frente a un sistema que pesaba como «una losa». Este miércoles, el innovador centro educativo se quedó huérfano. Aldecoa fallecía a los 85 años en Mazcuerras, una pequeña localidad cántabra, donde vivía desde hace años aquejada de una larga enfermedad degenerativa. La hija de la escritora, Susana Aldecoa, comunicó que los restos de su madre serían incinerados en Santander en la más estricta intimidad.
Josefina Aldecoa nació como Josefa Rodríguez Álvarez en la localidad leonesa de La Robla (1926). Allí tuvo sus primeros contactos con las directrices de Giner de los Ríos. Su madre y su abuela habían sido profesoras y ella escogió el mismo camino. «Mi madre era maestra en la República y para mí sigue siendo el proyecto educativo más importante que ha habido en España, basado en el respeto al alumno, en la libertad, en la cultura y en todas las cosas que a mí me gustan», decía en una entrevista hace siete años. La educación que fomentaba era aquella que respeta al pequeño: «Por encima de todo, sea cual sea la profesión que elija, está el enriquecimiento cultural que debe acompañar al proceso de formación desde el principio. En ningún caso hay que programar a un alumno para que sea lo que el padre o el profesor quieren, sino ayudar a descubrir y desarrollar en lo que destaca».
Aldecoa maduró estas ideas tras pasar por la facultad de Filosofía y Letras y doctorarse en Pedagogía en la Universidad de Madrid. Comenzó a frecuentar el Café Gijón, donde conoció al escritor vitoriano Ignacio Aldecoa, con el que se casó en 1952 y cuyo apellido adoptó. «Discutimos siempre apasionadamente, compartimos descubrimientos y escritos. Vivimos la literatura de modo desmesurado en esa España siniestra», recordaba. Durante esa época también cambió experiencias literarias con Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio, Alfonso Sastre, Jesús Fernández Santos o Ana María Matute. Este grupo formó la brillante generación de los 50. Una generación que según Aldecoa sería despreciada con posterioridad. «Nuestra vida estuvo marcada por la guerra y la represión. Cuando llegó la libertad y se pudo escribir, hablar y vivir en democracia, la literatura social y realista tenía mala prensa. Para los jóvenes dejó de tener significado. Se olvidaron y hubo cierto desdén», se lamentaba cuando presentó 'En la distancia' (Alfaguara), libro en el que desnudó su alma. Leer, escribir, era dificilísimo. Había censura y represión, pero constituyeron un grupo brillante, eso sí, muy castigado por la vida. Hubo que esperar a los noventa para que se impusiera la justicia y la reflexión», dijo.
Publica su primer libro en 1960, un año después de la creación del Colegio Estilo. 'El arte del niño' es un compendio de su tesis doctoral y los principios de la Institución Libre de Enseñanza que quería recuperar. Un año más tarde publica una colección de cuentos, 'A ninguna puerta'. Fueron sus únicas citas con la imprenta en dos décadas. Se dedicó a la enseñanza en cuerpo y alma, sobre todo desde la muerte de su marido en 1969. «Me convertí en una muerta en vida», recordaba en 2004. En 1983, volvía a la literatura con 'Los niños de la guerra' e inició una profusa producción memorialística. Encadenó las publicaciones de 'La enredadera' (1984), 'Porque éramos jóvenes' (1986) y 'El vergel' (1988). Aldecoa siempre se jactó de haber equilibrado muy bien la literatura y la docencia en su vida: «Ambas me han dado satisfacciones y disgustos al 50%».
El 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, el presidente del Gobierno la reconoció con una de las medallas a la promoción de los valores de la igualdad que ella misma se encargó de pregonar. «Mi causa sigue siendo el ser humano, tan desgraciado a menudo, tan ajeno al mundo al que no sabe muy bien a qué venimos».
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